#10 - La chica del gas
Recientes revelaciones:
Lo divino nunca actúa solo.
La entropía del universo solo puede aumentar — segunda ley de la termodinámica. (¿Qué es la entropía? Una medida del desorden del universo). ¿Aplicado? Tras pasar un día entero limpiando, basta con dejar un lápiz en la mesa para tener que hacerlo todo de nuevo. En otras palabras: el desorden atrae al desorden (lo mismo ocurre con el mal).
Encuentra un trabajo que no te cueste demasiado.
Repara las cosas en el momento en que se rompen.
Haz de tu hogar un lugar donde disfrutes vivir.
Compra una planta.
Elige un libro.
“El gas… ! Lectura del gas!”
Siempre empiezo el día en los terrados. Me ayuda a mantenerme alejada del suelo y, como siempre me cuesta arrancar — si soy honesta, debería decir: como aún me cuesta creer que esto es lo que hago ahora, la lectura del gas — me tomo mi tiempo para contemplar la vista antes de sumergirme entre la multitud.
Barcelona no es como me la había imaginado. Abarrotada, ruidosa y sin tregua. Pase lo que pase, nunca para. Al salir por la mañana en hora punta, sientes como si te hubiera tragado la bestia.
Jonas en medio de la tormenta.
Pensé que aquí encontraría lo que no había tenido el valor de buscar en mí misma. En otras palabras, me llevé una gran decepción cuando, al llegar a la Tierra Prometida, comprendí que ser yo misma no sería suficiente para conseguir papeles, un trabajo y un número de la seguridad social.
«Pero... ¡Soy buena persona!», me veo todavía balbuceando delante de la comisaría de policía. Sin duda... Ponte a la cola.
Después de un año en paro, ya tenía suerte de poder ponerme un uniforme y gritar «¡El gas!»¹ todo el santo día.
Por así decirlo, vemos de todo, cada día. De todas las clases sociales a todos los tipos de reacciones posibles. Una vez pulsado el timbre, lo que ocurre sigue un orden dicotómico:
Hay los que abren la puerta enseguida, entonces, y me dejan tomar la foto del contador en la cocina. Luego saludan "adiós y que tenga un buen día" y cierran la puerta. Estos son muy, muy raros. Sé apreciarlos.
Hay los que abren, también de inmediato, pero solo para decir NO. «No pasarás». (Piensa en la voz grave del mago en El Señor de los Anillos). Francos y directos. Los aprecio igual de bien.
Luego están aquellos cuyos pasos oigo detrás de la puerta. Se acercan, miran por la mirilla y luego se quedan quietos, conteniendo la respiración hasta que me ven dar media vuelta y marcharme.
Finalmente, están los que solo abren para dar rienda suelta a su frustración por haber nacido en un mundo tan ingrato y carente de sentido. En estos casos, simplemente escribo una breve nota al pie de la pantalla para el colega que tendrá que volver en dos meses: No picar.
Después de dos semanas, es verdad, contemplé la posibilidad de tirarlo todo por la ventana.
Sin embargo, todo cambió después del encuentro.
Las nueve de la mañana. Avenida G., en un barrio que no conozco. El día está gris y tengo frío. No he conseguido despertarme, así que corro y empiezo la lista del día sin haber tenido tiempo siquiera de tomarme un café. El edificio es nuevo y eso es mala señal: normalmente, nadie deja entrar. Pero ella es la primera en responder y me deja pasar sin problema. El contador está en el balcón. La sigo. Es mayor y le cuesta caminar. Al pasar por el pasillo, veo un retrato en la pared, magnífico. Una joven dibujada al carboncillo que me mira, tranquila. Segura de sí misma, sonríe. Auramar ², susurro. Abajo a la derecha, está escrito.
Tomo la foto de mi contador y le doy las gracias. Al levantar la vista, lo entiendo: es ella. Cuarenta años después, pero la mirada no engaña. «Es usted... La mujer del retrato, ¿verdad?». Asiente. Al volver al pasillo, la observamos las dos, un poco soñadoras. «Es un autorretrato», acaba confesando. Me quedo boquiabierta. «¿Lo ha hecho usted?». Así que, al contarme su historia, nos hemos perdido un momento. Olvidé, por un tiempo, mis contadores, y ella olvidó tomar su medicación.
Como le dije que a mí también me gustaba dibujar, «pero escribir, sobre todo... sí. Escribir...», accedió a enseñarme otros dibujos. Y textos. Y poemas. La mesa estaba llena de ellos. Nunca había conocido a nadie que hablara tan bien del mar y de la soledad.
Una vez enfriado el café, tuvimos que despedirnos. «Tengo faena», dije, inspirada, y no me refería a la lectura del gas, claro. Ella captó la indirecta y, en la puerta, me aconsejó que me pusiera manos a la obra sin esperar. Asentí y le di las gracias. Poco a poco, dije.
Me agarró del brazo. Poco a poco, no. Trabajo duro. Como un profeta, me advirtió: será un camino difícil. Muy poca gente consigue vivir de ello porque muy poca gente sabe lo que significa hacer verdaderos sacrificios.
Nos despedimos con un abrazo, como dos amigas de toda la vida, y emocionada, me dijo: «La mayoría de las veces conocemos a gente... Pero hoy he conocido a una persona. Una persona hermosa».
Después de eso, cada vez que me preguntaba qué hacía en esta ciudad aparentemente hostil, vagando por las calles y recibiendo este trato, me aferraba a sus palabras. «Hago lo mejor que puedo», repetía en mi cabeza. “Eso es todo.” Entonces entendí que era hora de hacer algo útil conmigo misma, así que empecé a tomar notas. Cuando el señor del octavo piso, a sus ochenta años, se echó a llorar en mis brazos porque dije «Mmm, qué bien huele aquí» por encima de la sartén, y respondió: «Era su plato favorito…» ; o cuando elogié los cuadros de un joven que vivía en un ático en Sants y, de pasada, le dije: «Anda, no te rindas, es precioso lo que pintas». Se emocionó y me regaló magdalenas. Cada día, al volver a casa, escribía estas anécdotas, que simplemente llamé «Las historias del gas». Solo para mí, decoradas con lo que recogía en la calle. A veces me sentía un poco Amélie Poulain…
Es cierto, por ahora todo parece haber desaparecido. Mis sueños de infancia, mis ambiciones de estudiante, mis ansias de gloria y fama. Inútil belleza... Pero aquel día, el día del encuentro, algo me atravesó. “Todo parece haber desaparecido”, pensaba... Pero no llores, mira, me dijo la vocecita interior. Bajo mis pies, un brote verde surge de entre las cenizas. Estás exactamente donde debes estar ahora. Ten confianza: las estrellas nacen de su propio colapso. ³
¹ : Leer el gas es toda una técnica. Nos pagan por recorrer la ciudad a pie y, yendo de puerta en puerta, leer los contadores de gas. Cuatrocientas puertas al día, seis horas de caminata. Pero como todo el mundo desconfía (los ladrones son famosos en Barcelona), nadie quiere abrir. Así que llamamos a todos los timbres del rellano y gritamos: "¡El gas! ¡Lectura del gas!". Esto aumenta nuestras posibilidades (nos pagan por contador).
² : Pssst... Auramar, esa mujer que conocí, es realmente escritora. Ha publicado un libro ilustrado con sus propios dibujos. Un bonito homenaje al camino recorrido en esta tierra. — Disponible aquí.
³ : Ver Artículo #8, El después.
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