#7 - Hay que seguir
Hay veces que me canso de contar historias bonitas. De hacer dibujitos delicados y “llenos de sensibilidad”. De escribir las cosas desde la perspectiva de la resiliencia. Tienes suerte. Has tenido tanta suerte en la vida. No lo negaré, pero si pudiera, vomitaría esa frase. A veces, me da ganas de gritar cuando (…)
Hay veces que me canso de contar historias bonitas. De hacer dibujitos delicados y “llenos de sensibilidad”. De escribir las cosas desde la perspectiva de la resiliencia. Tienes suerte. Has tenido mucha suerte en la vida. No lo negaré, pero si pudiera, vomitaría esta frase.
A veces, me da ganas de gritar cuando escucho que soy valiente. No quiero ser valiente. Quiero llevar una vida normal.
Pasar una noche sin pesadillas. Ir al supermercado sin sufrir un ataque de ansiedad. Tener veintinueve años y no todavía depender de mis padres para comer.
A veces, me gustaría parar de reír. Volver a ese momento en el que estaba ciega y sacudirme, abofetearme. «Por Dios, deja de sonreír». Porque las risas lo hacían todo. Lo ocultaban, lo justificaban todo. Tú me tocabas en la sombra y yo me reía, muerta por dentro.
Y por la noche, cuando cierro los ojos, no veo nada más que eso. Tú y yo en la barandilla. Tú y yo en el parque. Tú y yo en secreto. En un secreto inocente. Quisiera vomitar todo de ti, de mí y de toda esa gente que nunca dejó de decirme lo afortunada que era en la vida.
“¿Todo lo que tuve que afrontar se llama suerte para ti?
Es la última vez que miro atrás.” ¹
A veces, solo quisiera que los objetos volvieran a ser objetos, y no símbolos. Que una ciudad volviera a ser un simple punto en un mapa y no la fuente de todas mis desgracias.
Pero tuve valor. Y me atreví a hablar. Así que ya no hay vuelta atrás. Ni mañanas anodinas, ni risas sin dolor. Hay que volver a aprender a viajar sola en autobús y a no sobresaltarse cuando un desconocido nos habla. Hay que recordar cómo se calma a un niño asustado y hacerlo por uno mismo. Hay que enfadarse por una vez y dejar de perdonarlo todo por el bien... ¿de quién, ya? Aceptar que los que se han ido han tomado una decisión.
Así que podemos llorar por el camino, sentirnos aterrorizados, destrozados o agotados, incluso fingir que estamos bien durante un tiempo. Pero pase lo que pase, hay que seguir. Encontrar la fuerza y adelante: seguir.
¹ : Del poema He oído decir.
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#4 - El día después
El horror del acto es que lo había preparado todo. La mochila, lo imprescindible, el pasaporte. Unos días después me esperarían en el aeropuerto. En aquel momento decisivo, sólo había visto dos finales posibles a esta historia: escaparme o morir, y elegí ambos. Me fui matándole a ella, la Eva que todos (…)
1) LA SEPARACIÓN NECESARIA:
El deseo de desaparecer uno mismo o de ver desaparecer al otro es la señal máxima de un grito de ayuda que es vital escuchar. Detrás de este deseo (de “que pare”) está la llamada de la vida.” ¹
La llamada de la vida. — Génesis 19:17
Me pareció ver un rayo. Eran las 6:18h de la mañana, o algo así. De hecho, la última vez que miré el reloj eran las 6:14h, pero tardé bien cuatro minutos en ponerme los zapatos, abrir la puerta y salir pitando.
El horror del acto es que lo había preparado todo. La mochila, lo imprescindible, el pasaporte. Unos días después me esperarían en el aeropuerto. En aquel momento decisivo, sólo había visto dos finales posibles a esta historia: escaparme o morir, y elegí ambos. Me fui matándole a ella, la Eva que todos conocíamos, y nací yo, sin nombre todavía, sin destino. El mismo pequeño fantasma que intentaba hacer creer al público que aquí estaba.
En la calle, todo estaba oscuro aún. Pensaba en Lot. Sobresalté por algunos ruidos, pero me di cuenta de que era simplemente el panadero preparándose para abrir. Seguí mi camino, un poco más rápido. ¿Crees que todavía están durmiendo? ¿Pero con quién estás hablando? pensé. Un momento, el cielo se intensificó — un profundo azul marino. Entonces supe que no tardaría en amanecer.
Elegí un banco en medio de la explanada, frente a las montañas, para mirar el cielo. Todavía quedaban algunas estrellas. Me pareció un lugar interesante para empezar a vivir. Un indigente, que vi venir desde lejos, se acercaba tambaleándose y tuve miedo de que viniera a hablar conmigo. Se acercó, se acercó, habló, pero consigo mismo, y siguió su camino. Suspiré. Así que volví a mi amanecer y a esta otra frase del Génesis:
“El sol salía sobre la tierra cuando Lot llegó a Zoar.” ²
Podría haber evitado decepcionarlos. Es cierto. Podría haber evitado romperlos el corazón, huyendo de casa así. Pero podría haber dado mi último aliento también, y eso nunca lo sabrán. Para ellos, seré simplemente la niña desaparecida. Si hubiera elegido la muerte, me habrían llorado. Pero como elegí la vida, les sobrarán tiempo para odiarme ahora. Está bien. Hay que tomar el tiempo para hacer estas cosas. Es importante.
Pero luego tendréis que reconstruiros… Yo había decidido ver al sol salir. Una razón para vivir, entonces. Hasta volver a hacerme la pregunta... El azul estaba cambiando — ahora un hermoso cerúleo, volviéndose dorado. Yo esperaba mi turno.
A lo lejos, una mujer caminaba deprisa. Podía ver su silueta paseando de un lado a otro de la avenida. Desapareció de mi campo de visión y reapareció un momento después, frente a mí, agitada. Empezó a hablar y hablar ; yo la miraba, aturdida, como si estuviera hablando otro idioma. Me explicó que estaba buscando a su hijo. Que se había despertado sobre las 5h de la mañana y que él no estaba en su cama. “Tiene 15 años. Pelo castaño, camiseta blanca, más o menos de esta altura... No voy a castigarlo, ¿sabes? Sólo quiero encontrarlo.” Me dió pena, quería ayudarla.
El problema con esta mujer — y lo ignoraba, desde luego — era que me estaba enseñando cómo se sienten las madres cuando no encuentran a sus crías en la cama, donde deberían estar. Y de verdad que no era el momento. Sacudí la cabeza y susurré «lo siento».
Era una escena extraña, porque no había esa atmósfera de soledad absoluta que acompaña a todos los grandes momentos de un personaje enfrentándose a su destino. Había dado el salto. Lo había dejado todo. Familia, hogar, comodidades, trabajo... No tenía adónde ir, y me dirigía allí con un par de viejos tejanos y un pasaporte pronto caducado. Para mí, era la aventura de mi vida. Para el panadero, la madre, el vagabundo, era una mañana como cualquier otra.
Sólo había una persona en el mundo que podía entender la naturaleza excepcional de aquel día. Y lo último que hice con ella fue recoger cristales rotos. Esta idea me obsesiona. —
¹ : C. Eliacheff, N. Heinich, Mère-fille: une relation à trois, (2010), Ed. Albin Michel.
² : Génesis, 19:23
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#3 - De qué hablan las mujeres entre ellas
Lo recuerdo. Fue el libro que lo empezó todo. La paranoia, la huida, el vagar de un extremo a otro de la ciudad... Era el libro. (…) Por curiosidad, lo abrí. Pensé que no habría ningún daño en hojearlo. Pues me equivoqué.
Sin ofender a estos caballeros, de sus madres —
"Del control al abuso narcisista:
(...) El abuso narcisista es la proyección del progenitor sobre el hijo (en este caso: de la madre sobre su hija) cuyos dones son explotados no para desarrollar sus propios recursos sino para satisfacer la necesidad de gratificación del progenitor. (...) Se trata de un abuso de identidad, al ser la niña colocada en un lugar que no es el suyo y, correlativamente, desposeída de su propia identidad por la misma persona encargada de ayudarla a construirse. (...)
La sobreinversión por parte de la madre va acompañada de una falta de amor real, que la niña transforma en falta de autoestima, una demanda insaciable de reconocimiento y una necesidad insatisfecha de amor. La niña “superdotada” no cesa de multiplicar hazañas para merecer a través de sus dones un amor siempre insatisfactorio porque nunca dirigido hacia sí mismo, para sí mismo. (…)”
[Diario, 2018:] “No puedo seguir. Es aterrador. Es como si este libro fuera un oráculo de mi vida. Está todo escrito ahí: el dolor constante, la bulimia, el deseo de hacerme daño, de morirme de hambre, hasta desaparecer. Todas las cosas que ni siquiera me atrevo a admitirme a mí misma. (...) Tengo miedo. La consulta del Dr. M. está cerrada y no tengo adónde ir. Lo único que sé: no puedo volver a casa”.
Lo recuerdo. Fue el libro que lo empezó todo. La paranoia, la huida, el vagar de un extremo a otro de la ciudad... Era el libro. En mis delirios fantasmales, acabé en la biblioteca y me encontré con este libro: Madres e hijas: Una relación de tres. Por curiosidad, lo abrí. Pensé que no habría ningún daño en hojearlo. Pues me equivoqué.
“La niña se debate entre la pequeñez y la grandeza, el odio a sí misma y el amor, la interioridad del ser y la exteriorización a través del hacer, la oscuridad de un sufrimiento secreto y la luz de una gloria ofrecida en vano. Tal es, en efecto, su destino cuando su madre, olvidando su propia identidad de mujer, le encarga de realizar sus aspiraciones en su lugar.” ²
Hojeándolo, fue como si el mundo se hubiera deslizado bajo mis pies. Tuve la sensación de que alguien me estaba observando. “Esta necesidad de amor nunca podrá ser satisfecha porque las expresiones de interés nunca están realmente dirigidas hacia la niña”. Era broma, ¿verdad? ¿Alguien había dejado allí el maldito libro, sólo para burlarse de mí?
“[Maria, de la película Bellissima] sin duda habría llegado a ser una joven brillante [si hubiera tenido cualquier don especial] pero, sin embargo, siempre hambrienta de gratificación narcisista, alternando periodos de excitación y depresión, hiperactividad y pasividad, siempre deseosa de agradar pero generalmente poco amada, probablemente bulímica a la vez que preocupada por su figura, emocionalmente inmadura a la vez que sexualmente muy hábil.» ³
“A partir de ahí, algo se quebró en mi cabeza. Vi la luz. Estaba en el ojo de la tormenta, pero de repente muy serena porque todo me apareció como una poderosa revelación, con un único desenlace posible: la huida o la muerte”.
Piensa en Rapunzel, que nunca ha tocado la realidad, ni de lejos. Sin saber de qué está hecho, imaginó un mundo. Y en este mundo, todos los personajes de la historia quieren hacerle daño. Y, en el fondo, no se equivoca, porque sin voz propia cada uno es libre de poner en su boca palabras que nunca quiso. Pero la pregunta liberadora no es: ¿quién está realmente de mi lado? ¿Y quién ha estado fingiendo todo este tiempo?
La pregunta, desde siempre, fue: ¿Quién tiene más que ganar si Rapunzel se queda en su torre?
MARIA (a su madre): ¿Sabes lo que realmente me ayudaría? Si me quisieras menos. —
¹, ² , ³ : “Cuando las mujeres se reúnen (...) ¿de qué hablan? Sin ofender a estos caballeros, de sus madres. Así lo afirman Caroline Eliacheff y Nathalie Heinich en su libro sobre las relaciones madre-hija.” — C. Eliacheff, N. Heinich (2010). Mère-fille: une relation à trois. Albin Michel.
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