#5 - 29 Langthorne street

Sentada en el aeropuerto, decidí que no habría más Evas. Todas las versiones de mí que habían existido habían sido robadas, destruidas o corrompidas. Así que buscaba una nueva identidad. Tenía tiempo por delante y, como ya no existía, me parecía el momento ideal. (…)

 

He anhelado tanto irme
Lejos del siseo de la mentira desgastada
Y del incesante grito de los viejos terrores (…)

He anhelado irme, pero temo.
Alguna vida, aun intacta podría estallar
De la vieja mentira que arde en el suelo
Y crepitando en el aire dejarme a medias ciego. (…)
¹ 


Si es cierto que los ojos son el espejo del alma, entonces sé por qué siempre he tenido miedo de mirar a la gente a los ojos. La idea de que alguien pueda descubrir de qué está hecho mi ser interior me aterra. Hay oscuridad en mi vida.

Sentada en el aeropuerto, decidí que no habría más Evas. Todas las versiones de mí que habían existido habían sido robadas, destruidas o corrompidas. Así que buscaba una nueva identidad. Tenía tiempo por delante y, como ya no existía, me parecía el momento ideal.

Quería un nombre de hombre, eso me daría un estilo. Tendría que encontrar una historia que contar con ello, pero a eso ya estaba acostumbrada. Así que sería Dylan. ¿Por qué no? Sonaba bien para un fénix. Pero Dylan... ¿qué? Probaba con nombres british. ¿Dylan Thornton? ¿Dylan Smith?

¿Dylan... Thomas? Sí, sonaba elegante, me gustaba. Me imaginaba la portada de un libro con mi nombre encima, y solo yo lo sabría: Dylan Thomas, era yo. Cogí mi teléfono. Estábamos a punto de embarcar, pero rápidamente quise comprobarlo: ¿Ya existían muchos «Dylan Thomas» ? Busqué en Google. De repente, me puse pálida.

No solo el nombre «Dylan Thomas» ya estaba escogido, sino que además era escritor también. Un poeta. Galés. Y no cualquiera... Una figura del siglo XX. ¿Cómo era posible que NO lo supiera? Me sentí decepcionada.

Más tarde, en Londres, cuando conseguí hacerme amiga de una mujer sabía a la que le confesé mi verdadero nombre, me dijo: «Sabes, no es tan descabellado. Hay tribus que invitan a sus adolescentes, durante los ritos de paso a la edad adulta, a elegir un nuevo nombre para marcar una nueva etapa en sus vidas. Las monjas lo hacen; los artistas también. ¿Por qué no tú también?»

Tenía razón. Conservaré el nombre, entonces, aunque lo había copiado accidentalmente, porque me sentía conectada con él, con el "hijo de la ola" que pasaba las tardes en el pub leyendo y garabateando versos sin pensar demasiado.

Los tres años siguientes fueron años de formación. Había perdido todas mis raíces, era como una pluma flotando en un cielo en guerra, pero aprendí a dar un paso tras otro, a sobrevivir, y eso me forjó el carácter.

Dylan, poca gente sabe que existió. Solo una vez, quería hablar del tema. Del derecho a reinventarse. Dicen que marcharse no soluciona nada... Uno se lleva los problemas en la maleta. Sin embargo, sin eso, las cosas nunca habrían cambiado. Se subestima mucho el coraje necesario para escapar. Escapar de la muerte en vida… Durante tres años, pude vivir, crecer, afirmarme. Luego, cuando llega el momento, sí... hay que volver. Y confrontar.

La oscuridad es un camino, decía él. Y la luz un lugar.

(…)

Pero la oscuridad es un largo camino. ² 

Porque el real peligro, cuando huyes, es quedarte dormido. —


¹ : He anhelado tanto irme (Poema original: I have longed to move away), (el verdadero) Dylan Thomas.

² : Poema en su cumpleaños, (Poem on His Birthday), Dylan Thomas.


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#2 - El vagar de los grandes días

Es culpa mía. Había establecido hace tiempo, que cuando las cosas se pondrían feas, simplemente me aislaría del resto del mundo. ¿Te acuerdas? De pequeña lo llamaba «extinción». (…) Pero tengo miedo. Creo que me he quedado bloqueada, Lidy. No consigo salir de este estado. (…)

 

Octubre de 2018 — En la iglesia.

Querida Lidy,

Me parece que son lugares como este que buscamos cuando sufrimos. Lugares que nos hacen sentir que todavía pertenecemos a algo... Sea lo que sea.

No hay nadie alrededor. Tengo la extraña sensación de haber oído estos susurros antes, de haber visto estos vitrales — en sueños o en mis recuerdos, he entrado por esta puerta, he acariciado su madera, estoy segura. No puedo decir si Dios estaba allí la última vez que pise este suelo, pero sé que una parte de mí murió entre estas paredes.

He pasado la semana vagando por la ciudad. No puedo ir a clase de teatro, estoy afónica y no puedo pretender que estoy aquí, en el escenario, delante de los demás. No tengo fuerzas. (Te lo ruego, no digas nada, ¿vale?)

Es culpa mía. Había establecido hace tiempo, que cuando las cosas se pondrían feas, simplemente me aislaría del resto del mundo. ¿Te acuerdas? De pequeña lo llamaba «extinción». Basta con apagar los sentidos. Es como volverse muñeca de trapo, dejas que el cuerpo tome el control. Las humillaciones, los gestos a rechazar, las cosas a las que hay que enfrentarse, todo se vuelve tan lejano que nada ya te puede afectar.

Pero tengo miedo. Creo que me he quedado bloqueada, Lidy. No consigo salir de este estado. El otro día, quiso él que me arrodillara y desde entonces no he vuelto. Ya no habito este cuerpo. Cogí una mochila, metí cosas dentro, ni siquiera miré... Lo metí todo y, desde entonces, me paso las tardes vagando. De vez en cuando, escribo. Muevo los dedos para saber si se ha acabado. Y pienso en esa frase del Principito que me ahoga cada vez que la leo:

“Estarás triste. (…) Parecerá que estoy muerto, pero no es verdad. (…) ¿Comprendes? Es demasiado lejos. No puedo llevar este cuerpo allí. Es demasiado pesado.”

Cayó suavemente como cae un árbol. En la arena, ni siquiera hizo ruido — El Principito, capítulo 26

Sin saber bien cómo, me encontré frente al teatro. Llamé a la puerta. Sentía esperanza y náuseas al mismo tiempo. Hoy es martes. Son cuatro. Cuatro días sin comer. El profe abrió, sorprendido. “La clase no empieza hasta las seis”. Le empujé. Le dije que no estaría a las seis. Subí al escenario, di la vuelta y, frente a la luz, lo intenté de nuevo: «Aquí estoy». Lo dije mil veces. Y empecé a llorar. Él vino, me abrazó. Le besé. No se inmutó. Como si supiéramos desde el principio que acabaría así. Me hizo sentarme para respirar un momento, y me preguntó qué pasó, pero no sé hacer esto: hablar. Si hubiera sabido por dónde empezar, habría gritado. En lugar, le besé de nuevo. Nos hemos dejado llevar; me cogió la mano y la deslizó allí. Estaba duro, quise apartarme. A los hombres les encanta eso: hacerte sentir. ¡Como si fuera el mayor de los cumplidos!

De una manera u otra, me fui. El sol abrasaba toda la ciudad. Seguí mi camino tambaleándome, pero no tenía adónde ir. Había agotado todos los significados de la palabra «hogar»: la pluma, el papel, el escenario, los brazos de un ser querido. Ya no significaba nada. Todo se apagó. Y mientras él existe, Lidy, no podré volver. —


A llevar conmigo:

  • Pasaporte

  • Rosario

  • Camiseta ratóncito para dormir.

  • 2 pantalones

  • 6 bragas

  • 6 pares de calcetines

  • Chaqueta azul

  • Cepillo de dientes

  • Cercles, de Yannick Haenel.


N.B. : Este episodio ocurrió el día antes de mi partida. Al día siguiente, me iba a Londres, donde viví tres años.


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