#6 - La memoria del agua
El día del suceso (es decir, del trauma), es como si una parte del alma se escapara del cuerpo. Esa parte que hay que mantener intacta. Esa que aún sonríe en las fotos de la infancia. El suceso puede adoptar cualquier forma: un accidente, una llamada telefónica fatídica, un viaje sin retorno, el desarraigo de los orígenes, una agresión en un aparcamiento, un silencio guardado durante demasiado tiempo... Es como un puñetazo sobre la mesa. Todas las piezas del rompecabezas salen volando. No se pierde nada, pero todo se transforma. Para la parte que se ha escapado, es como si el tiempo se hubiera detenido. Desde arriba, suspendida, ella observa. Ya no tiene nada que temer e intenta comprender: ¿qué ha pasado? En esta historia, la llamaremos Inocencia. Lo que ella ignora es que, en el momento en que se desprendió, dejó un vacío en algún lugar del cuerpo.
Para la parte que permaneció con los pies clavados en el suelo, el tiempo también se detuvo, pero solo por un segundo. Luego, todo volvió de golpe.
Y el dolor, la emoción, las tripas revueltas, la imposibilidad de la cosa, todo ello inmanejable, fue a refugiarse allí donde la Inocencia había dejado ese enorme agujero al irse.
La puertita se cerró, las lágrimas fluyeron, pero eso era manejable.
Si tomamos un vaso de agua y le hablamos con cariño, con amor, como a un niño, sus moléculas se ordenarán de forma saludable y organizada. Literalmente: su estructura molecular cambia. Por el contrario, si todos los días le repetimos lo incapaz que es, que no es más que una agua tonta, que no sabe hacer nada, ahí, en su rincón, su estructura molecular también cambia: se altera, se vuelve caótica. Por lo tanto, se ha llegado a la conclusión de que el agua tiene memoria. ¹
Es por la mañana, mientras espero a que el café esté listo, cuando pienso en ello, frente a la ventana. Las plantas crecen, han brotado nuevas hojas ; anoche escribí un poema. Y el agua tiene memoria. Si eso es cierto, es con ella con quien tengo que hablar. Para que alguien siga recordándote cuando yo ya no esté aquí.
Así que me puse mis botas de goma y fui a ver el mar. Lo que dije y cuánto tiempo me quedé bajo la lluvia aquel día es algo entre ella y yo. Pero al marcharme, dejé una rosa. No la tiré, simplemente metí la mano en el agua y la ola se la llevó. De vuelta a casa, con el sonido del mar desvaneciéndose detrás de mi, respiré profundamente. Metiendo las manos en los bolsillos, miré al cielo y le dije a mi alma inocente: el camino está libre, ya está. Puedes volver a casa. —
¹ : Pequeño recordatorio: el cuerpo humano está compuesto por un 70 % de agua...
La versión PDF aquí — Imprímelo, guárdalo, compártelo
♡