#8 - El después

Las estrellas nacen de su propio colapso. Habrá que recordar esta frase. Nos será útil más adelante. Entonces sucede. Un día, así, sin más. Ya sea por elección propia o porque la vida así lo ha decidido. De repente, todo lo que conocíamos (…)

 

Las estrellas nacen de su propio colapso. Habrá que recordar esta frase. Nos será útil más adelante. Entonces sucede. Un día, así, sin avisar. Ya sea por elección propia o porque la vida así lo ha decidido. De repente, todo lo que conocíamos desaparece/ha desaparecido, la frontera no está muy clara y es como ver la orilla alejarse desde la popa de un barco. Aún no nos hemos dado cuenta de lo que acaba de pasar, pero cuando la Madre Tierra ya no es más que un punto en el horizonte, nos damos cuenta de que es un billete de ida que llevamos en el bolsillo y que es demasiado tarde para saltar al agua.

Las cosas nunca volverán a ser iguales.

Pues se necesita un año para recuperarse después de un golpe duro. Mamá tenía razón. Un año atravesando el valle oscuro. Y una mañana, por fin, sale el sol. Cerramos los ojos, por reflejo, y el duelo vuelve a ser lo que siempre ha sido: un compañero de viaje no invitado.

En el fondo del abismo, las paredes se abren. Al otro lado se oye el ruido de los coches y de los niños jugando. Qué extraño parece todo de repente. ¿Tenemos derecho a hacer esto? ¿A seguir viviendo después de que un mundo se haya derrumbado? Avanzamos descalzos, observando a los peatones y a la vida que continúa... Parece que no lo saben. Habría que decírselo: lo he perdido todo.

Pero el instinto de supervivencia... El instinto de supervivencia es esa fuerza inmutable que impulsa la sangre por las venas y hace que las pestañas se agiten al despertar, y sigue el olor de los cruasanes en la calle. El instinto de supervivencia es el traidor del alma perdida que solo quiere eso: perderse. Porque es imposible luchar contra ello. La vida no pide permiso para entrar.

Como una brizna de hierba que crece entre las losas de la acera. O una sonrisa que confunde, que nos hace sonrojar, o una risa que se nos escapa. Entra a patadas, incluso sin bajar la guardia.

Caminar, pues. Es todo lo que he hecho desde que llegué a Barcelona. Caminar para recapacitar, para reconocerme, reconstruirme. He dejado cosas atrás, el tiempo pasando, he escrito pequeñas frases en trocitos de papel y las he abandonado en la playa. Sin darme cuenta, sucedió. Porque la vida no pide permiso para entrar. He vuelto a disfrutar de los días bonitos.

Deambulando así, durante esos largos meses de invierno y de primavera lluviosa, aprendí a seguir esas pequeñas cosas que de vez en cuando me arrancaban una sonrisa. Como migas de pan en el camino. Las recogí, una a una. No estaba preparada para vivirlas, pero las guardé, por si acaso, para más adelante.

Y desde lo más profundo de mi noche, sucedió. Vi una pequeña luz¹ encenderse. Era un martes del mes de septiembre. Había un papelito pegado a un semáforo. Lo arranqué para llevármelo y, poco sabía entonces, que lo iba a cambiar todo. —


¹ : Little Light, es el nombre del coro de Gospel donde canto desde el 2022. Little Light Gospel Choir, que significa: pequeña luz.


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#7 - Hay que seguir

Hay veces que me canso de contar historias bonitas. De hacer dibujitos delicados y “llenos de sensibilidad”. De escribir las cosas desde la perspectiva de la resiliencia. Tienes suerte. Has tenido tanta suerte en la vida. No lo negaré, pero si pudiera, vomitaría esa frase. A veces, me da ganas de gritar cuando (…)

 

Hay veces que me canso de contar historias bonitas. De hacer dibujitos delicados y “llenos de sensibilidad”. De escribir las cosas desde la perspectiva de la resiliencia. Tienes suerte. Has tenido mucha suerte en la vida. No lo negaré, pero si pudiera, vomitaría esta frase.

A veces, me da ganas de gritar cuando escucho que soy valiente. No quiero ser valiente. Quiero llevar una vida normal.

Pasar una noche sin pesadillas. Ir al supermercado sin sufrir un ataque de ansiedad. Tener veintinueve años y no todavía depender de mis padres para comer.

A veces, me gustaría parar de reír. Volver a ese momento en el que estaba ciega y sacudirme, abofetearme. «Por Dios, deja de sonreír». Porque las risas lo hacían todo. Lo ocultaban, lo justificaban todo. Tú me tocabas en la sombra y yo me reía, muerta por dentro.

Y por la noche, cuando cierro los ojos, no veo nada más que eso. Tú y yo en la barandilla. Tú y yo en el parque. Tú y yo en secreto. En un secreto inocente. Quisiera vomitar todo de ti, de mí y de toda esa gente que nunca dejó de decirme lo afortunada que era en la vida.

“¿Todo lo que tuve que afrontar se llama suerte para ti?

Es la última vez que miro atrás.” ¹

A veces, solo quisiera que los objetos volvieran a ser objetos, y no símbolos. Que una ciudad volviera a ser un simple punto en un mapa y no la fuente de todas mis desgracias.

Pero tuve valor. Y me atreví a hablar. Así que ya no hay vuelta atrás. Ni mañanas anodinas, ni risas sin dolor. Hay que volver a aprender a viajar sola en autobús y a no sobresaltarse cuando un desconocido nos habla. Hay que recordar cómo se calma a un niño asustado y hacerlo por uno mismo. Hay que enfadarse por una vez y dejar de perdonarlo todo por el bien... ¿de quién, ya? Aceptar que los que se han ido han tomado una decisión.

Así que podemos llorar por el camino, sentirnos aterrorizados, destrozados o agotados, incluso fingir que estamos bien durante un tiempo. Pero pase lo que pase, hay que seguir. Encontrar la fuerza y ​​adelante: seguir.


¹ : Del poema He oído decir.


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